domingo, 24 de enero de 2016




REFUTACIÓN A LA EXISTENCIA DE LA TERMOCUPLA




      La termocupla es un adminículo legendario cuya existencia real, con toda razón, ha sido puesta en duda desde la antigüedad hasta nuestros días. Sin embargo, la alusión a este elemento todavía se presta para esquilmar a la gente de buena fe que habitualmente, ante las fallas en sus sistemas de calefacción, recurre a algún servicio técnico de reparación. En esos casos es común que el técnico les anuncie que “se quemó la termocupla” —o algo por el estilo— y que debe ser reemplazada. Dicho lo cual y obtenido el consentimiento del usuario, el hombre hunde la cabeza y las manos en las recónditas profundidades del artefacto y allí procede a realizar su trabajo, fuera de nuestra vista, que finaliza con un autosuficiente “ya está”. Por último, ante nuestros ojos atónitos, el tipo enciende el artefacto con increíble facilidad.

     Las primeras menciones acerca de este dispositivo aparecen en textos como el “Sklyrochéimon” o “Largo Invierno” de Platón, texto que contiene una acerba queja acerca del fresquete que el filósofo debió soportar en el año 328 a.C., debido a la “rephutka thermokupla” que, según sus propias palabras, habría “inutilizado el fogón hogareño”.

    El misterioso artefacto también fue señalado en las crónicas de Jenofonte como causa de la extinción de la llama votiva en el Oráculo de Delphos, en el curso de una de las vitales predicciones de la Pitia, quien, sorprendida por la oscuridad repentina, se quedó muda sin poder anunciar a tiempo la invasión de los aqueos.

    Existen antiguos grabados que indicarían la forma y dimensiones aproximadas de la termocupla, aunque los modelos difieren tanto entre sí que sólo han servido para alimentar la predominante certeza acerca de su inexistencia. Aquí se exhiben algunos diseños hallados en Roma, en Atenas y en Egipto.



     Estas imágenes resultan útiles para ilustrar una anécdota familiar que me impresionó en mi adolescencia, cuando a raíz de un desperfecto en el calefón, mi abuelo llamó a un gasista para repararlo. El técnico llegó, quitó la cobertura del calefón, desarmó el sistema de encendido del piloto y anunció que “había que cambiar la termocupla”. Mi abuelo, hombre culto y avisado, no se dejó embaucar con tanta facilidad y en el acto exigió que se le exhibiera el elemento susodicho, ante lo cual el hombre le mostró un miserable alambrecito con la punta torcida y chamuscada. El abuelo estalló de ira y lo desafió a duelo, motivando la urgente retirada del italiano que, ante la grave amenaza, puso los pies en polvorosa. Para hallar una solución a ese trance, tomé el fierrito y le dije al abuelo que iría a la ferretería a ver si tenían uno de la misma forma pero en buenas condiciones. Así lo hice, y para mi sorpresa, el ferretero lo miró y se limitó a decir: “¡Ah, la termocupla!” y me vendió un filamento nuevo de igual medida. Lo colocamos dentro del cañito, rearmamos el sistema y el calefón funcionó. Imaginen si un miserable alambrito podría confundirse con el mitológico artefacto que causó tantos estragos en tiempos remotos. ¡Era tan evidente que el ferretero y el gasista estaban confabulados para esquilmar a la gente inocente con ese mismo cuento!

    La etimología de la palabra poco ha servido para aclarar este enigma. “Termo” (del griego “thermótica”, calor) y “cupla” (del latín “copulabis”, acoplar) alude a un “acople del calor”, aunque la conjunción de términos no revela los detalles ni la hipotética manera en que ese acople sería llevado a cabo por medio de dicho dispositivo.

    Por otra parte, ¿alguien vio alguna vez en su vida una termocupla? Claro está que no, y esa es la mejor prueba de lo que aquí venimos sosteniendo.

   En suma y para no aburrir a nadie: es muy obvio que la llamada “termocupla” no existe como tal, al menos en los tiempos actuales, puesto que el fierrito que una vez me vendieron en la ferretería en nada podría asimilarse a los grabados antiguos del portentoso aparato que, sólo por citar los mismos ejemplos, apagó el hogar de Platón y la llama votiva de Delphos. Por lo tanto, si alguna vez un gasista esgrime esa treta para estafarlo con la inserción de un repuesto inexistente, no dude en denunciarlo a la Secretaría de Timos y Estafas de su localidad. 

   ¡Es hora de terminar con esta farsa, de una vez por todas!