REFUTACIÓN A LA EXISTENCIA DE LA TERMOCUPLA
La
termocupla es un adminículo legendario cuya existencia real, con toda razón, ha sido puesta en duda desde la antigüedad hasta nuestros días. Sin embargo, la
alusión a este elemento todavía se presta para esquilmar a la gente de buena fe
que habitualmente, ante las fallas en sus sistemas de calefacción, recurre a
algún servicio técnico de reparación. En esos casos es común que el técnico les
anuncie que “se quemó la termocupla” —o algo por el estilo— y que debe ser
reemplazada. Dicho lo cual y obtenido el consentimiento del usuario, el hombre
hunde la cabeza y las manos en las recónditas profundidades del artefacto y allí
procede a realizar su trabajo, fuera de nuestra vista, que finaliza con un autosuficiente
“ya está”. Por último, ante nuestros ojos atónitos, el tipo enciende el
artefacto con increíble facilidad.
Las
primeras menciones acerca de este dispositivo aparecen en textos como el
“Sklyrochéimon” o “Largo Invierno” de Platón, texto que contiene una acerba
queja acerca del fresquete que el filósofo debió soportar en el año 328 a.C.,
debido a la “rephutka thermokupla” que, según sus propias palabras, habría “inutilizado
el fogón hogareño”.
El misterioso
artefacto también fue señalado en las crónicas de Jenofonte como causa de la
extinción de la llama votiva en el Oráculo de Delphos, en el curso de una de
las vitales predicciones de la Pitia, quien, sorprendida por la oscuridad
repentina, se quedó muda sin poder anunciar a tiempo la invasión de los aqueos.
Existen
antiguos grabados que indicarían la forma y dimensiones aproximadas de la
termocupla, aunque los modelos difieren tanto entre sí que sólo han servido
para alimentar la predominante certeza acerca de su inexistencia. Aquí se
exhiben algunos diseños hallados en Roma, en Atenas y en Egipto.
Estas imágenes resultan útiles para ilustrar
una anécdota familiar que me impresionó en mi adolescencia, cuando a raíz de un
desperfecto en el calefón, mi abuelo llamó a un gasista para repararlo. El
técnico llegó, quitó la cobertura del calefón, desarmó el sistema de encendido
del piloto y anunció que “había que cambiar la termocupla”. Mi abuelo, hombre
culto y avisado, no se dejó embaucar con tanta facilidad y en el acto exigió
que se le exhibiera el elemento susodicho, ante lo cual el hombre le mostró un
miserable alambrecito con la punta torcida y chamuscada. El abuelo estalló de
ira y lo desafió a duelo, motivando la urgente retirada del italiano que, ante
la grave amenaza, puso los pies en polvorosa. Para hallar una solución a ese
trance, tomé el fierrito y le dije al abuelo que iría a la ferretería a ver si
tenían uno de la misma forma pero en buenas condiciones. Así lo hice, y para mi
sorpresa, el ferretero lo miró y se limitó a decir: “¡Ah, la termocupla!” y me
vendió un filamento nuevo de igual medida. Lo colocamos dentro del cañito,
rearmamos el sistema y el calefón funcionó. Imaginen si un miserable alambrito
podría confundirse con el mitológico artefacto que causó tantos estragos en tiempos
remotos. ¡Era tan evidente que el ferretero y el gasista estaban confabulados
para esquilmar a la gente inocente con ese mismo cuento!
La
etimología de la palabra poco ha servido para aclarar este enigma. “Termo” (del
griego “thermótica”, calor) y “cupla” (del latín “copulabis”, acoplar) alude a
un “acople del calor”, aunque la conjunción de términos no revela los detalles
ni la hipotética manera en que ese acople sería llevado a cabo por medio de
dicho dispositivo.
Por otra
parte, ¿alguien vio alguna vez en su vida una termocupla? Claro está que no, y esa
es la mejor prueba de lo que aquí venimos sosteniendo.
En suma y
para no aburrir a nadie: es muy obvio que la llamada “termocupla” no existe
como tal, al menos en los tiempos actuales, puesto que el fierrito que una vez
me vendieron en la ferretería en nada podría asimilarse a los grabados antiguos
del portentoso aparato que, sólo por citar los mismos ejemplos, apagó el hogar
de Platón y la llama votiva de Delphos. Por lo tanto, si alguna vez un gasista esgrime
esa treta para estafarlo con la inserción de un repuesto inexistente, no dude
en denunciarlo a la Secretaría de Timos y Estafas de su localidad.
¡Es hora de terminar con esta farsa, de una vez por todas!
¡Es hora de terminar con esta farsa, de una vez por todas!